La formación, con cinco vagones -que se dirigía a Retiro- se prendió fuego totalmente pero dio tiempo a que se abrieran las puertas y los pasajeros se autoevacuaran, con mucho miedo pero en orden.
Actuaron seis dotaciones de bomberos de San Fernando, tres de Tigre y dos de San Isidro. Los primeros en llegar fueron los efectivos de la policía local.
Hasta el momento del siniestro lo único que rompía la calma mañanera del viaje era el pregón de los muchos vendedores ambulantes y algún que otro mendigo, de los que pululan diariamente por los vagones.
Muy poco después de partir de la Estación de San Fernando la formación se paró de golpe. El fuego comenzó en la zona baja del vagón delantero. Los pasajeros comenzaron a movilizarse, amagaron correr pero las puertas se abrieron y no hubo pánico. Al saltar algunos se lastimaron.
En pocos minutos una columna de humo negro hizo desaparecer de la vista al tren. Por suerte ya no había nadie arriba de la formación. El humo también invadió las calles laterales, los frentes de las casas y las llamas llegaron hasta algunos árboles.
El pasaje, incluso los que iban en el vagón donde comenzó todo, no percibieron mucho. Las luces rojas titilantes de la barrera, despedazada y quemada, daban a entender que estaba baja y en funcionamiento. Según fuentes de la empresa TBA los peritos tendrán que determinar como ocurrieron las cosas.
El automóvil quedó incrustado bajo el vagón, convertido en un montón de hierros retorcidos y quemados; el tanque de gas del vehículo, con lo que podría ser la válvula rota, estaba tirado en una zanja –o desagüe- al costado de las vías.
La policía, los grupos municipales de seguridad ciudadana y algunos empleados de TBA –con su característica remera azul- le pedían a los curiosos que se alejen. A esta altura ya estaba todo bajo control. Evidentemente Dios estuvo del lado de la gente –seguramente como siempre- pero cabe la pregunta de siempre ¿Se podría haber evitado el dolor de cabeza, incluso teniendo en cuenta que pudo haber –y siempre puede haber- un imprudente?
Gustavo Camps
Especial para El Comercio On line