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El Tigre Hotel marcó una época dorada de nuestro país

Coincidiendo con una época de prosperidad de la elite de Buenos Aires, y a imagen de los balnearios y recreos europeos del momento, se inaugura en enero de 1890 el Tigre Hotel.

Su fundación en el último cuarto del siglo XIX corona a Tigre como uno de los lugares favoritos de veraneo de la clase alta bonaerense, sólo comparable con Mar del Plata.


Financiado por los empresarios Ernesto Tornquist y Luis García, con la colaboración del ingeniero Emilio Mitre, que además diseñó el proyecto, el Hotel respetaba la moda francesa del momento.


Revestido en madera, de tres pisos y 120 habitaciones, con amplias terrazas y lujosa boiserie, el edificio contaba con comodidades singulares para la época, como calefacción central y ascensor.


En sus jardines podía jugarse al tenis y al cricket o admirar espectáculos de fuegos artificiales. Adentro, los huéspedes fumaban en un cuarto especial o participaban de los bailes y fiestas de disfraces en los salones, munidos de una orquesta permanente, detalle que pudo agradar a Enrico Caruso, famoso tenor italiano y huésped del Tigre Hotel.


 Llegar al hotel implicaba ya un bello paseo por el agua: desde la estación fluvial, una lancha propia acercaba a los clientes por el río Tigre hasta el embarcadero propio, sobre el Luján.


Uno de sus atractivos principales era el corso acuático, un desfile de botes y vapores que, bajando desde el Carapachay, remontaban el Luján y pasaban por las puertas del Hotel, hasta llegar a los Talleres de Marina (actual Museo Naval).


Según un relato de la época, la fiesta era una “reminiscencia de las noches encantadas de Venecia”. Y en cierto sentido, por su función, su estilo y su ostentación, el Tigre Hotel representaba esa ilusión argentina de fines del siglo XIX de ser una versión sudamericana de la próspera Europa.


Un testimonio contemporáneo, que hacía del Tigre Hotel “el más lindo y coqueto pedazo de tierra argentina”, se felicitaba por el nivel internacional de ese rincón de la zona norte. La joven elite bonaerense podía darse cita en jardines y terrazas que no tenían nada que envidiarle al Viejo Mundo:“¡No hay que ir a Europa, esta manía de la actual generación!”.

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